A mediados de los noventa,
cuando los escándalos del gobierno
se mezclaban con la propaganda del Partido
en la celebración de los “Cien años de honradez socialista”
hasta a mí, que no tengo un tic en los ojos,
que llego bien al orgasmo,
que tengo un doctorado
y carnet confederal,
me tentaron con militar en la oposición.
Andaban entonces escasos de cuadros
y su ascenso al poder, afirmaban, era cosa de días,
y como en los grandes partidos mayoritarios
no hay que ser ningún lince para nada
sino sencillamente obedecer
y hacer lo que se te diga,
me aseguraban
que tenía
ante mí
un brillante futuro profesional.
Al contrario que tú, no acepté,
y en el verano de 1997,
cuando el Estado ensayaba lo del dichoso minuto de silencio
con más éxito que una reposición de la Guerra de los Mundos,
yo hacía la compra en unos grandes almacenes
transformados, por arte de los medios de manipulación de masas,
en un fantástico museo de cera.
Paseé con mi carro entre las figuras
hasta que me detuvo en seco un señor de traje gris
acompañado de dos guardias de seguridad.
–¿Acaso eres cómplice de la barbarie?
No mereces vivir– me dijeron.
y, amablemente, me explicaron
cómo te habían jodido el chollo,
y quién merecía
y no
la vida.
Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta rusa, 2017
Fotografía de Juan Sánchez Amorós
Soñé que la mar se ahogaba en mí.
ResponderEliminarPasó la espantosa pesadilla y
(afortunadamente)
la mar aún sigue ahí
(tenazmente)
combatiendo pesadillas.