Yo también tengo
una vieja biblioteca pública
que fue arrasada por las llamas
aunque no eran los libros
lo que más me interesaba de ella
sino la vieja cama
donde el guía decía
que había dormido Juan Ramón Jiménez.
Me citaba allí con mi chica
en las lentas tardes del verano del sur de España
y, entre risas,
nos desnudábamos
retozando sobre el primer edredón que veían mis ojos,
nos colocábamos los trajes del difunto,
las gafas de Zenobia,
su ropa interior,
y jugábamos por las habitaciones
creyéndonos los amos de aquella casa.
De los más de seis mil libros que allí había,
eres tú, amor,
lo único lúcido e interesante
que recuerdo,
lo único.
Antonio Orihuela. Esperar sentado. Ed. Ruleta rusa, 2017
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