Ahora
bien, lo que se le escapa a Harari –y a la inmensa mayoría de quienes hoy están
reflexionando sobre IA o transformación biotecnológica de los seres humanos,
por ejemplo- es el hecho crucial de que tales
superpoderes son fosilistas, y los seres humanos somos ecodependientes.
Encontramos, en este caso y en otros, el problema recurrente de que no se perciben límites para la tecnología
–comenzando por los límites materiales y energéticos…[1]
Sólo
para poner un ejemplo: los vehículos eléctricos (el gran fetiche de la
“transición energética” vista desde los poderes dominantes) pretenden ser un
sustituto plausible de los actuales automóviles con motores de combustión
interna movidos por combustibles fósiles. La famosa empresa estadounidense
Tesla se propone inaugurar en 2020 una fábrica para producir medio millón de
estos nuevos vehículos al año. Pero “para producir 500.000 vehículos al año,
básicamente necesitamos absorber toda la producción de litio del mundo”, dijo
su jefe o CEO, el celebérrimo Elon Musk (noticias de la BBC, 20 de abril de 2016).[1] Y
estamos hablando de medio millón de vehículos al año… cuando el parque
automovilístico mundial (coches, furgonetas y camiones) supera hoy los 1.200
millones.[2]
Muchos de los nuevos dispositivos de alta tecnología (incluyendo los usados en el aprovechamiento de energías renovables) dependen de materiales “críticos”: minerales y metales cuyo suministro dista de estar garantizado. El coltán es el caso más conocido, pero esta problemática –que en nuestro país han estudiado intensivamente Antonio Valero y Alicia Valero- afecta a muchos otros materiales. Por ejemplo el indio, empleado en la fabricación de pantallas planas y en paneles fotovoltaicos de última generación. Bueno: producir un gigavatio eléctrico con esta tecnología requiere de 25 a 50 megatoneladas de indio, ¡mientras que en 2013 la producción mundial de este mineral ni siquiera alcanzó la megatonelada![1]
Apunta otro investigador que al menos 70 de los 92 elementos de la tabla periódica que se pueden encontrar en nuestra corteza terrestre son usados en la electrónica más común. Muchos de estos elementos no son reemplazables por otros más abundantes, y en aquellos que se pueden reemplazar, dicho reemplazo implica reducir eficiencia, potencia y/ o prestaciones.[2] También Gabriela Vázquez ha argumentado con sensatez sobre esta cuestión.[3] E igualmente Antonio Turiel.[4]El desarrollo de la IA que nos cuentan
sucede en un mundo de fantasía, lo
que llamamos a veces una economía de
Tierra plana sin problemas de recursos ni calentamiento global. Habría que
tratarlo como una pueril fantasía colectiva.[1] (Pero
lo mismo sucede con casi todas las previsiones de futuro que formula esta
sociedad, claro.) Explica Katharine Hayhoe que
“Si bien reconozco los desafíos y las
posibles amenazas asociadas con la IA, la realidad es que si no solucionamos el
desafío climático, no tendremos ningún problema de IA del que preocuparnos. Sin
control, el cambio climático provocará hambrunas y sequías, tormentas y
elevación del nivel del mar, olas de calor e inundaciones que devastarán
nuestra economía, nuestros recursos hídricos y alimentarios, nuestra salud e
incluso nuestra estabilidad política. Nos preocupamos por un clima cambiante
porque amenaza los cimientos de nuestra civilización, una civilización que nos
otorga los lujos del desarrollo tecnológico…”[2]
[1] Como apunta José Bellver,
“la idea de la robotización y automatización se basa tácitamente en la
suposición de que los límites del crecimiento son negociables, o en la ilusión
de poder desacoplar el crecimiento económico de sus impactos y dependencias
ambientales (…). La realidad más bien apunta a que, dado que la robotización
depende necesariamente de un suministro constante de metales (acero, cobre,
litio, etc) y plásticos, además de energía concentrada, este proceso se verá
precisamente limitado, tarde o temprano, por la falta de los necesarios
suministros de materias primas y energía” (op. cit., p. 49).
[2] Katharine Hayhoe: “The true threat is the delusion
that our opinion of science somehow alters its reality” (entrevista), Wired, diciembre de 2017; http://www.wired.co.uk/article/katherine-hayhoe-climate-change-clean-energy-interview
[1] Alicia Valero citada en
José Bellver, “La cuarta revolución industrial antes la crisis ecológica”, en
VVAA, La cuarta revolución industrial
desde una mirada ecosocial, Clave Intelectual/ Ecopolítica, Madrid 2018, p.
40.
[2] Beamspot y Rafael Romero,
“El discurso del sistema: tesis 2”, en el blog The Oil Crash, 1 de agosto de 2018; http://crashoil.blogspot.com/2018/08/el-discurso-del-sistema-tesis-ii.html
. El dato procede de una conferencia del físico Antonio Valero en CONAMA 2014 (http://www.conama.org/conama/download/files/conama2014/STs%202014/1996968956_ppt_AValero.pdf
)
[3] Gabriela Vázquez, “Dando
de comer a los robots”, blog “última Llamada” en eldiario.es, 20 de febrero de 2017; https://www.eldiario.es/ultima-llamada/Dando-comer-robots_6_614598536.html
[4] Escribe el investigador
del CSIC: “Los grandes expertos están dando por hecho que la IA sería un ente
con poca carga material o prácticamente inmaterial, cuando es justamente lo
contrario: en la actualidad, las operaciones ordinarias de internet suponen
aproximadamente el 5% del consumo de electricidad mundial, y de seguir
aumentando al ritmo actual serían ya el 20% del consumo eléctrico en 2025. Pero
si uno tiene en cuenta el coste energético de fabricación de todos esos equipos
(desde los grandes centros de datos a los miles de millones de ordenadores y
teléfonos móviles, pasando por los centenares de miles de kilómetros de
cableados diversos), las cantidades de energía consumidas anualmente son varias
veces mayores, de modo que en la actualidad las Tecnologías de la Información y
las Comunicaciones (TIC) implican el consumo de más del 4% de toda la energía
(no solo electricidad) del mundo, y de seguir así llegaría rápidamente a más
del 25% antes de una década. En modo alguno las TIC son inmateriales; peor aún,
las más avanzadas tecnologías utilizan elementos químicos difíciles y caros de
producir, las denominadas tierras raras, las cuales no solo llevan a
importantes guerras comerciales entre los países, sino que comportan un gran
consumo de energía en su extracción y procesamiento…” Antonio Turiel, “Las
buenas noticias”, blog The Oil Crash, 17
de septiembre de 2018; https://crashoil.blogspot.com/2018/09/las-buenas-noticias.html
[1] Gerardo Honty, “La energía
y los zapatos de Discépolo”, 2 de agosto de 2018; https://www.alainet.org/es/articulo/194471
. Sobre el importante asunto del coche eléctrico véase esta entrada (del 3 de
mayo de 2014) en el blog de Antonio Turiel The
Oil Crash: http://crashoil.blogspot.com/2014/05/analisis-en-profundidad-sobre-la.html
[2] En nuestro país, los
estudios pioneros de Antonio Valero y Alicia Valero sobre el agotamiento, en
términos exergéticos, del capital
mineral de la Tierra arrojan una luz profunda sobre estos fenómenos. Dos obras
esenciales: José Manuel Naredo y
Antonio Valero (dirs.), Desarrollo
económico y deterioro ecológico, Fundación César Manrique 1999; el libro
puede descargarse en http://www.fcmanrique.org/publiDetalle.php?idPublicacion=113.
Y Antonio
Valero/ Alicia Valero: Thanatia: The Destiny of the Earth's Mineral Resources: A
Thermodynamic Cradle-to-Cradle Assessment, World Scientific Publishing Company 2014. Una síntesis breve en Alicia
Valero, “Límites a la disponibilidad de minerales”, El Ecologista 83, Madrid 2014; http://www.ecologistasenaccion.org/article10664.html
[1] Una buena síntesis de este
problemón en Nate Hagens, “¿Adónde vamos? Los cuarenta tonos de gris”, revista 15/15/15, 13 de julio de 2018; https://www.15-15-15.org/webzine/2018/07/13/a-donde-vamos-los-cuarenta-tipos-de-gris/
. Otra buena discusión sobre los límites biofísicos a que hacen frente nuestras
fantasías de abundancia se hallará en José Bellver, “La cuarta revolución
industrial antes la crisis ecológica”, en VVAA, La cuarta revolución industrial desde una mirada ecosocial, Clave
Intelectual/ Ecopolítica, Madrid 2018; así como José Bellver, “Costes y
restricciones ecológicas al capitalismo digital”, PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global 144, 2018-19.
Jorge Riechmann. ¿Inteligencia artificial en un marco de estupidez
ecológico-social?
Quizá no sea una buena idea[1]
Revista Paradoxa. Filosofía en la frontera. Diciembre de 2019. (pp: 111-152)
Ilustración de Miguel Brieva
[1] Una primera versión de
este texto sirvió de base para mi intervención en el IV Encuentro en el Valle de
Toranzo “Santa Leocadia. Cultura, memoria y territorio”, curso “Inteligencia
Artificial. Reflexiones para un cambio de época” (curso de verano de la
Universidad de Cantabria), 6 al 8 de septiembre de 2018 en el Convento de San
Francisco (Soto-Iruz, Cantabria), y se publicó después en la revista Paradoxa (número 21, de diciembre de
2019).
Excelentes reflexiones con soportes bibliográficos.
ResponderEliminarResumiendo los dos grandes problemas de la inteligencia, ya sea artificial o natural:
ResponderEliminar1º Necesita de un soporte material y energético
2º Afrontar el problema teleológico: ¿para qué vamos a usar la inteligencia? ¿para crecer económicamente hasta darnos de bruces contra los límites biofísicos sin tan siquiera plantearnos una alternativa?
Economia basada en recursos.
ResponderEliminarFresco nos da una postura interesante.
Decrecimiento sin destecnologizacion. Cero obsolencia programada.
La ciencia avanza hacia donde los intereses económicos la deja avanzar