REVOLUCIÓN
Si alguna vez ve saltar por la ventana a un banquero suizo, salte detrás.
Voltaire
Ya conoces la historia: lo que tenía visos
de ser una manifa más contra el sistema,
en tiempo de crisis, se convirtió
en la más grande explosión de conciencia,
belleza y rebeldía del siglo XXI.
Intuíamos que la crisis no era sino una estafa,
la esperanza dejó de ser una boca de metro,
y la luz de Sol, el latido del Sol, llegó a bañar
y despertar a todos los rincones del planeta.
El 16 de mayo, lunes al mediodía,
apenas treinta locos firmábamos
en el kilómetro cero un manifiesto.
En la madrugada del martes,
tras la carga policial, desalojo y detención
de los que esa noche habían acampado,
la noticia corría por internet y volvimos
a pernoctar más de doscientos.
El 20 de mayo escribí en mi diario:
Me he pasado media noche en Sol compartiendo
el mechero, hablando con unos y otros,
arreglando el mundo; la otra media,
con una escoba y un recogedor.
Cuando llego a casa a las ocho me pregunta mi hija:
¿De dónde vienes a estas horas?
De barrer en la Puerta del Sol,
mi amor. Así, como te cuento.
Había una ola muerta de frío en el armario,
un grito dormido en el fondo de cada corazón,
las olas se juntaron y un tsunami de voces
nació contra el terrorismo del dinero
e improvisaron una ciudad de toldos,
respeto, asambleas y cuerdas.
El viento arrastró esos granos de arena
y juntos construyeron en la Puerta del Sol
una playa donde lavar y refrescar
tres palabras hermosas y heridas:
fraternidad, igualdad, libertad.
Alguien nos recordó que Venecia
en el siglo XII creó la deuda pública.
Madrid no era la ciudad más bella del planeta,
o sí, pero el siglo XXI y su deuda se nos tragaban.
Salimos a las calles, tomamos
las plazas los hijos de las nubes,
los secuestrados de la democracia.
La historia cuenta lo que sucedió,
la poesía lo que debía suceder.
Esta es una historia que aún no ha acabado,
le quedan muchas páginas;
que no tiene prisa por el desenlace
ni voluntad por firmar su derrota.
Una historia que habla del color de la necesidad,
del reparto equitativo del deseo,
de aquellos que no miran la vida de reojo
ni aceptan las migajas del corazón de piedra,
estómagos vacíos que acarician el cielo.
¿Recuerdas los últimos versos de Machado
en Collioure: estos días azules y este sol de la infancia?
¿Y cuando me besaste bajo el Oso y el Madroño
y esos versos se convirtieron en las noches de Sol
y este azul de la aurora de nuestra juventud?
¿Recuerdas esos días de manos levantadas en silencio?
Quedaba una semana para las elecciones,
nuestros sueños no cabían en sus urnas.
Estábamos borrachos de ilusión y utopía,
juntos nos regalamos el don del entusiasmo.
Nos abrazábamos al encontrarnos. Recuerdo
la lluvia torrencial golpeando los toldos,
inundando las tiendas de campaña,
arrastrando los abrazos, lo mejor de nosotros,
parecíamos palomas bajo el diluvio,
respirábamos hondo cada vez que veíamos
a la policía enfundarse en sus cascos,
cerrábamos los ojos apenas un segundo
para que nadie nos despertase
de ese instante inmortal. Nos repetíamos:
no podemos volver al tiempo de la anestesia,
no debemos regresar a la oscura caverna.
Julio hacía fotos, Ana escribía en su blog,
Twitter y Facebook ardían. Éramos
héroes anónimos por un día.
Éste era nuestro lugar y nuestro mayo,
no el del 68.
¿De qué me sirve tener vida si no sé quién soy?
La frase no era de Saramago ni de Wittgenstein
sino de la sonrisa de 124 centímetros
que me preguntaba cada mañana
cuando llegaba de la Puerta del Sol:
¿Qué, papi, cómo va la revolución?
Podría colgar de cualquier pared de la acampada
junto a ésta de Ghandi que pendía debajo
del Oso y el Madroño: Vivir sencillamente
para que los demás puedan sencillamente vivir.
PONLE LUZ A ESTE MUNDO
Hasta que tengas fuerzas para bajar las escaleras
y tirar la basura, ponle luz a este mundo
y plasma su belleza milimétrica.
No te asustes si despiertas y el cordón
umbilical te llega al cuello,
te ha tocado vivir en días sin entusiasmo.
Ponle luz a este mundo, un destello sonámbulo,
denuncia la ignorancia de las calculadoras.
Tú tienes el poder de tejer escaleras de seda,
de no vivir de espaldas, de hacer de este misterio
sólo un Viaje de Ida, sin camisas de fuerza.
Hasta que el odio deje de gobernar
y el oro de la gomina no vuele por los aires,
ponle luz a este mundo que estraga y enferma
noches, días de pánico y pandemia,
que asola las ciudades
y los sueños de tiempo y soledad.
Hasta que sólo tengas aquello que perdiste,
hasta que te hagas invisible sin trucos,
y olvides las promesas de Descartes y Kant,
ponle luz a este mundo,
convierte los anhelos, la belleza irreal…
Tira de las estrellas hasta que veas
desde arriba tu barca en llamas,
hasta que vuelvas a llorar
sobre la piel de las violetas.
Olvida el luto, sorbe la tristeza
de los huesos y los números
para quienes insisten en pedir la verdad.
Canta suave, sé un río bajo tierra.
Sé suave en lo que toques, un diapasón
en los fuegos azules hasta que tu debilidad
justifique el silencio, hasta tus últimos suspiros.
Y después trabaja las metáforas mirando hacia adelante,
no anuncies tormentas, despedidas y fríos.
Que disfruten de ti los que viven,
los que esperan el fin.
Pon luz donde no llegas tarde.
No recaudes en las telas de araña,
no te vengues de lo que vino antes
ni pases factura
a lo que después te rompió el corazón.
Olvida la pirotecnia.
Vive despacio pero sueña deprisa.
Ángel Petisme. Nuestra venganza es ser felices. Ed. Tranvia Verde, 2020
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